El primer crecimiento
territorial de los Estados Unidos se dio en el mismo momento de alcanzar su
independencia. En 1783, norteamericanos y británicos llegaron a acuerdo por el
cual Gran Bretaña reconoció la independencia de las trece colonias y se
fijaron los límites geográficos de la nueva nación. En el Tratado de París las
fronteras de la joven república fueron definidas de la siguiente forma: al
norte los Grandes Lagos, al oeste el Río Misisipí y al sur el paralelo 31. Con
ello la joven república duplicó su territorio.
Los
territorios adquiridos en 1783 fueron objeto de polémica, pues surgió la
pregunta de qué hacer con ellos. La solución a este problema fue la creación de
las Ordenanzas del Noroeste (Northwest Ordinance, 1787). Con ésta
ley se creó un sistema de territorios en preparación para convertirse en
estados. Los nuevos estados entrarían a la unión norteamericana en igualdad de
condiciones y derechos que los trece originales. De esta forma los líderes
norteamericanos rechazaron el colonialismo y crearon un mecanismo para la
incorporación política de nuevos territorios. Las Ordenanzas del Noroeste
sentaron un precedente histórico que no sería roto hasta 1898: todos los
territorios adquiridos por los Estados Unidos en su expansión continental
serían incorporados como estados de la Unión cuando éstos cumpliesen los
requisitos definidos para ello.